El Ciervo, el Manantial y el León

El Ciervo, el Manantial y el León

En una cálida tarde de verano, un ciervo exhausto por la sed se acercó a un manantial cristalino. Después de saciar su sed, se detuvo a contemplar su reflejo en el agua. Admiró su majestuosa cornamenta, sintiéndose orgulloso de su belleza y esplendor. Sin embargo, al observar sus piernas delgadas y frágiles, su orgullo se transformó en descontento.

Mientras estaba sumido en estos pensamientos, un león emergió de entre los matorrales, lanzándose en una persecución feroz. El ciervo, confiando en la agilidad de sus piernas, huyó a gran velocidad, creando una considerable distancia entre él y su perseguidor. A pesar de su desdén inicial, sus piernas demostraban ser su mayor fortaleza.

La persecución continuó a través de un terreno abierto donde el ciervo mantenía su ventaja. Sin embargo, al adentrarse en un bosque denso, su realidad cambió drásticamente. Sus orgullosos cuernos, en los que había depositado tanta confianza, se enredaron en las ramas de los árboles, impidiéndole avanzar. Atrapado e indefenso, el león lo alcanzó.

En sus últimos momentos, el ciervo reflexionó con amargura: «¡Qué desdichado soy! Mis piernas, que creía débiles y traicioneras, eran en realidad mi salvación. Mis cuernos, mi orgullo y confianza, son los que me han llevado a mi perdición.»

La fábula del ciervo, el manantial y el león nos enseña sobre la importancia de valorar todas nuestras cualidades, incluso aquellas que subestimamos. Nos recuerda que a menudo lo que menospreciamos puede ser nuestra mayor fortaleza, y lo que más admiramos, puede convertirse en nuestra ruina.