El León, Prometeo y el Elefante
En un tiempo remoto, cuando los dioses aún moldeaban el destino de las criaturas, un león, magnífico en fuerza y belleza, acudió a Prometeo con una queja. A pesar de su poderosa mandíbula y sus temibles garras, confesó su inesperado temor: el miedo al gallo. «Me has hecho fuerte y dominante entre los animales», dijo el león, «pero ¿por qué siento un miedo tan grande al gallo?»
Prometeo, sorprendido por la queja del león, replicó: «¿Por qué me acusas tan a la ligera? Te he dotado de todas las ventajas físicas. Lo que te falta no es fuerza, sino coraje en tu espíritu.»
Mientras el león reflexionaba sobre estas palabras, sumido en la autocrítica y la vergüenza, se encontró con un elefante. Durante su conversación, el león notó que el elefante movía constantemente sus orejas y le preguntó la razón. El elefante le explicó: «Hay un pequeño insecto zumbando alrededor de mí. Si entra en mi oído, podría ser fatal para mí.»
Este descubrimiento fue una revelación para el león. Se dijo a sí mismo: «¿Sería sensato que yo, un ser tan poderoso, me dejara abrumar por un miedo tan pequeño? Si incluso el elefante, con toda su enormidad, teme a un diminuto insecto, entonces ¿no es natural que yo también tenga mis propias inseguridades?»
El león comprendió que, a pesar de su gran poder y fuerza, era normal tener miedos y debilidades. Esta lección le enseñó a valorar sus cualidades y a aceptar sus temores como parte de su naturaleza, recordando que incluso las más pequeñas molestias no deberían hacerle olvidar las grandezas que poseía.